Las elecciones afganas y la lucha

20-09-2010 / 16:10 h


Diego A. Agúndez Kabul, 20 sep (EFE).- Tras la difícil jornada electoral afgana, que los talibanes aprovecharon para demostrar su poder armado, las fuerzas internacionales y afganas asumen el reto de golpear a la insurgencia en sus bastiones durante el fin de un año marcado por el aumento de la violencia.
La fuerza ISAF de la OTAN anunció hoy que las tropas británicas abandonan el conflictivo distrito de Sangin, en la provincia sureña de Helmand, cuyo control militar asumirán ahora las fuerzas de EEUU, algo posible gracias a los últimos refuerzos enviados por Washington.
Este "reajuste táctico", tal y como lo describió la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), permitirá que las fuerzas británicas se puedan desplegar en otros puntos de Helmand, provincia en la que la fuerza aliada ha rediseñado su estrategia en varias ocasiones.
En febrero, miles de tropas internacionales y afganas lanzaron una ofensiva antitalibán en Marjah y aledaños, al oeste de Sangin, pero el mando militar ha admitido las dificultades de las autoridades afganas para instalarse en estas zonas de tradicional dominio talibán.


A la espera de otra campaña militar en la vecina provincia de Kandahar, el bastión espiritual de los insurgentes, las autoridades achacan el aumento de la violencia a la llegada de más miembros de Al Qaeda y al inicio de operaciones en zonas bajo control insurgente.
El portavoz del Ministerio afgano de Defensa, el general Zahir Azimi, aseguró a Efe que en Afganistán permanecen "más o menos" activos entre 20.000 y 30.000 insurgentes, sobre todo en el sur y el este del país.
Con las elecciones legislativas de este sábado, el Gobierno afgano intentó lanzar un mensaje positivo, tras constatar, pese a los sucesos violentos, que los talibanes perpetraron menos ataques que en los comicios presidenciales de 2009.
"El número de víctimas en las elecciones ha sido muy bajo: ha muerto menos gente que en un día normal", dijo a Efe al término de la jornada electoral el ministro afgano de Interior, Bismilá Khan, tras informar de la muerte de 42 personas.
Para sorpresa de los observadores, en una lista de 150 colegios atacados proporcionada por los insurgentes abundaban centros en el norte del país, una zona tranquila en la que han comenzado a aparecer bolsas de violencia en los últimos tiempos.
"El enemigo está intentando expandir la guerra por todo el territorio, y sabe que tenemos unas fuerzas disponibles limitadas", reconoció el ministro de Defensa, el general Rahim Wardak, que pidió "paciencia" a la comunidad internacional.
"El nivel de violencia ha bajado en Irak, y de la misma forma ha subido en Afganistán. Han emigrado (a Afganistán) la mayor parte de los miembros de Al Qaeda. Hemos visto un incremento de combatientes extranjeros", añadió a Efe Wardak.
En 2010 han muerto hasta ahora 517 soldados de las tropas internacionales (fallecieron 521 en todo el año pasado) y las bajas civiles del primer semestre fueron un 21 por ciento mayores que en el período correspondiente de 2009.
"No creemos que los talibanes tengan más presencia. Lo que pasa es que nuestras fuerzas están atacando nuevas zonas donde los insurgentes no tenían oposición. Esperamos una dura lucha a medida que avancemos", dijo a Efe la portavoz de la ISAF Sunset Belinsky.
Un sondeo reciente del Consejo Internacional de Seguridad y Desarrollo (ICOS) arroja datos poco optimistas: el 39 por ciento de sus encuestados en Kandahar y Helmand aseguró que su localidad estaba bajo control talibán y el 64 por ciento dijo que los oficiales afganos en su zona estaban ligados a la insurgencia.
Pese al difícil contexto bélico, las autoridades afganas confían en que culmine con éxito la cesión de la seguridad a las fuerzas armadas locales, que deberán tomar el control en el año 2014, según lo previsto.
En paralelo a las operaciones militares, el presidente afgano, Hamid Karzai, logró en la reciente Conferencia de Kabul el apoyo internacional a su "plan de reconciliación".
El Gobierno prevé gastar 784 millones de dólares de ayuda extranjera para "reintegrar" a 36.000 insurgentes, mayormente líderes locales y cuadros inferiores, pero desde el pasado mes de abril apenas un centenar de ellos ha entregado sus armas.
La especulación persiste sobre si el Gobierno afgano está manteniendo contactos de algún tipo con la cúpula integrista en la larga marcha hacia la hipotética paz mientras se deteriora cada vez más la seguridad.
"Estoy todavía en proceso de digestión de mi nuevo cargo y no me hallo en posición para hablar" de los contactos, fintó Rahmatulá Nadil, el nuevo jefe del Directorio Nacional de Seguridad (NDS), los servicios secretos afganos. EFE


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